martes, 3 de junio de 2014

EL UNICORNIO. Aquí os dejo un bello cuento de fantasía tanto para niños como para mayores. Espero os guste.


 
 
 
El Unicornio
 

A mi amigo Marcos le regalaron un unicornio para su cumpleaños.

-¿Qué es un unicornio?- Le pregunté yo interesado.

-Un unicornio es como un poni pero con un cuerno en la frente y con alas.

-¿Quieres decir que puede volar?-

-Sí, es un caballito volador. Ven un día a mi casa y lo verás.-

Un sábado por la tarde fui a la casa de mi amigo y me quedé entusiasmado con aquel unicornio blanco. Enseguida me hice amigo de él. Me dejaba acariciarlo y ante nuestras risas relinchaba y galopaba, y de repente se echó a volar por encima de las acacias y de los rosales.

-Quiero un unicornio para mi cumpleaños- les dije a mis padres.

-Hijo, un animal de esos es muy difícil de conseguir. Tu cumpleaños es el mes que viene y no creo que sea posible conseguirlo en tan poco tiempo-

 - Mi amigo dice que su papá lo encontró en un viaje a la India. Que el caballito de un cuerno estaba muy malito, él lo cuidó y se vino a vivir con él.

-Sí hijo, pero nosotros no tenemos dinero ahora para ir a la India. Y no creo que los unicornios se dejen ver tan fácilmente.

¡Pobres papas! En que aprieto les ponía.

Efectivamente fue imposible encontrar uno.  Preguntaron y preguntaron y nadie sabía dónde había una  tienda en la que vendieran unicornios.

Mientras, solía ir a casa de mi amigo a jugar. Entre los tres formábamos una piña, y la alegría y la ilusión se acrecentaban en nuestros corazones en cada encuentro.  Algunas veces el equino nos dejaba subirnos a su grupa, se elevaba por los cielos y nos llevaba de viaje surcando ríos y montañas.

Pasaron unos años, empezamos a crecer y a dejar nuestros juegos habituales y a interesarnos por otras cosas que nos parecían más de gente mayor.  El unicornio cada vez pasaba más tiempo sólo correteando por el jardín y a veces, mientras nosotros reíamos y compartíamos nuestros secretos, me parecía verlo triste y como si de sus ojos se derramase alguna lágrima. Yo no sabía por entonces que los unicornios también lloraban.

Un día mi amigo vino a mi casa triste.

-¿Qué te pasa Marcos? ¿Qué es lo que te apena?-

-Que ha desaparecido el unicornio del jardín- me contestó.

Lo buscamos por todas partes y ni rastro del que fuera nuestro amigo hasta hacía tan poco tiempo, recorrimos los lugares a los que él nos llevaba a su grupa, y nada. Cuando tuvimos más edad incluso viajamos a pueblos y aldeas lejanos y no hubo nada que nos pusiera sobre su pista.

La vida siguió adelante con sus alegrías y sus penas. Poco a poco nos fuimos olvidando de aquel amigo tan especial de nuestra infancia, aunque en el fondo de nuestro corazón siempre quedaría la huella de aquella entrañable criatura. Terminamos nuestras carreras, encontramos un trabajo, formamos nuestras propias familias;  un día nos hicimos viejos y como a todos los abuelos, nos encantaba contarles cuentos y cosas de cuando éramos niños a nuestros nietos. Era como volver otra vez a la infancia que parecía tan lejana, como empezar a recordar todas las cosas que vivimos y a despertar al niño que siempre llevamos dentro.

Es así como un buen día les conté la historia que compartía con mi amigo Marcos, la de aquel hermoso caballito que participó de nuestros juegos y un día sin saber por qué, nos dejó y nunca volvimos a saber de él.

Mi nieta Laura abría los ojos como platos al escuchar aquella fantástica historia.

-¡Otra vez abuelito! ¡Cuéntame ese cuento otra vez!

Ella nunca se cansaba de escucharlo, y yo cada vez que se lo contaba procuraba añadir nuevos detalles que a ella le fascinaban y no dejaba de sonreír.

-A mí también me gustaría tener un caballito con cuerno y alas como ése- Me dijo entusiasmada un día.

-No dejes de creer en ello, que si tú crees y eres generosa y de buen corazón,  es posible que un hermoso y blanco animal como él,  venga a jugar contigo.

Laura creyó mis palabras y siempre que venía a mi casa salía al jardín con la esperanza de que un día ella también encontrara  su propio unicornio.

Una tarde de inicio de primavera, en que el sol brillaba más que nunca, me apeteció salir al jardín a leer el periódico, tomarme el té y ver jugar a Laura, como una flor hermosa más entre las lilas  y las rosas. No me había sentado todavía cuando oí risas y pequeños relinchos. Allí estaba mi pequeña nieta, ante mi sorpresa y mi alegría,  con aquel pequeño rocín de crines blancas y reluciente cuerno en la frente, jugando como si se conocieran de toda la vida. Ella era tierna e inocente y todo era posible en sus sueños.

Seguramente como yo, un día se haría mayor y la magia desaparecería para siempre. Deseé entonces que no creciera nunca y la miré complacido, mientras me tomaba mi té de las cinco y leía en el periódico las noticias, intentando encontrar aunque tan sólo fuese una, que me llenara de energía y fe en que aún nada estaba perdido en  un mundo tan hostil y a la vez tan hermoso.