lunes, 2 de septiembre de 2013

Geraldine (Historia de una muñeca). Este relato lo escribí en el taller de escritura de la biblioteca de irún que imparte la escritora Maite Gonzalez Esnal. Dejé volar mi imaginación y creé este cuento visto desde la mirada de una muñeca en vez de una niña. Espero os guste.




Yo soy un poco como Pinocho. A mi también me crearon en un taller de artesanía en un barrio de Paris. Mi padre tenía también unas manos prodigiosas para modelar figuras. Mi nombre es Geraldine y soy casi como una niña, aunque no sea de carne y hueso, sino de porcelana. Todas las muñecas que salíamos de aquella factoría éramos exclusivas . Unas rubias, otras morenas; unas con piel muy blanca, otras tostada, pero todas con preciosas caritas, ensortijados cabellos y elegantes trajes.
Conmigo empleó más tiempo que con las demás para realizarme. Recuerdo que en voz baja me solía decir:
- Tú tienes que ser para una niña muy especial, porque tú también vas a ser única.
Me modeló con una graciosa carita blanca y regordeta, con unas mejillas encendidas, boca y nariz pequeñita y unos ojos negros y profundos con los que podía ver todo lo que me rodeaba.
-Guarda el secreto- me decía- tú eres la única de mis creaciones que puede ver. Obsérvalo todo y de lo que veas, guarda dentro de ti lo mejor.
Mi pelo rubio se escondía bajo un elegante sombrero beige con encajes. Me vistió con un vestido del mismo color lleno de puntillas y blondas. Después, me miró complacido, me cogió con cuidado entre sus manos y me colocó en un escaparate junto a otras muñecas, en la tienda que tenía contigua al taller. Pronto hicimos amistad unas con otras, aprendimos nuestros nombres y a veces en el rudimentario lenguaje de las polichinelas, hablábamos todas a la vez.
Muchas niñas que paseaban con sus padres por la acera se paraban y nos miraban entusiasmadas a través de la cristalera. Otras veces entraban y cada niña a la que le iban a obsequiar con una de nosotras, elegía la más parecida a ella.
Así, una niña de tirabuzones rubios y ojos azules salió de la tienda con Ninette, que era una copia exacta a ella. Otra chiquilla de ensortijado cabello negro que comía algodón de azúcar, se llevó a Celine que al igual que ella era morena y con enormes ojazos verdes. Y así fueron marchándose Adeline, Nicole, Natalie…...De pronto yo era la única que quedaba de aquella remesa. Una noche se presentó ante mí un ser fantástico, entre mariposa y libélula, que dijo que era mi hada madrina, y tocándome con una varita mágica me bendijo con estas palabras que en aquel momento no entendí:
-El día en que te amen despertarán los sentimientos que duermen en ti.
Me miró con dulzura y desapareció. Por unos instantes pensé en esas palabras pero al no comprenderlas me olvidé de ellas.
Al poco tiempo me vi rodeada de nuevas compañeras recién salidas de fábrica que tuve que ir conociendo poco a poco.
Un día acertó a pasar por allí una niña vestida con un vestido de algodón de cuadritos verdes que le llegaba hasta la pantorrilla, por debajo de la cual se le veían enaguas y pololos. Al verme se acercó al escaparate ladeándose de forma notable de un lado al otro al andar, por lo cual me di cuenta que la niña era coja. Pero lo que más me llamó la atención era que tenía un parecido asombroso conmigo. Las dos rubias, las dos con profundos ojos negros y con mejillas del color de la grana. Nos miramos y desde ese mismo momento deseamos ser amigas. De pronto alguien la llamó.
-Vamos Camille, nosotras no tenemos dinero para comprar una muñeca tan cara. La cogió de la mano y se la llevó de allí casi a la fuerza, al tiempo que ella giraba la cabeza para echarme una última mirada. Vi que la luz de sus ojos se ensombrecía. Se les había apagado algo llamado alegría y les había asomado la tristeza, dos emociones que yo ni conocía ni entendía por aquel entonces.
Otros días pasaba por allí y nos mirábamos deseando ser confidentes la una de la otra, pero siempre la misma persona la alejaba de mí repitiéndole de que ella nunca podría tener una muñeca como yo.
Pasó algún tiempo y ya no supe más de ella. Un día entró una niña de pelo castaño con un elegante vestido de raso rosa, lleno de lazos y blondas acompañada de su padre, un hombre acomodado de la ciudad, que quería hacerle un regalo a su querida y caprichosa hijita, para resarcirla de los abandonos a los que la sometía debido a sus viajes de negocios. Me eligió a mí, aunque no existía ni el más mínimo parecido entre la una y la otra.
Vivían en una lujosa casa en la margen izquierda del Sena, cerca de Notre Dame. Al principio me hacía mucho caso. Después de que la institutriz terminaba de darle sus lecciones, jugaba conmigo. A veces venían sus amiguitas a casa y jugaban a que tomaban un inexistente té en unas pequeñas tacitas de loza. Me sentaban en un cojín en el suelo junto a ellas y acercaban a sus labios y a los míos una de aquellas jícaras de juguete, aparentando que bebían y que yo también lo hacía, al tiempo que charlaban animosamente. Pronto llegó a casa un día con un gran oso de peluche, último regalo de su padre, que captó todas sus atenciones e hizo que se olvidara de mí para siempre. Durante un tiempo me tuvo como adorno de una de las estanterías de su cuarto, pero un lamentable día, no se debido a que, entró echa una furia en su habitación, lanzándonos a todos sus juguetes por las paredes y quedándonos los más delicados con alguna de nuestras partes dañadas por los impactos recibidos.
De modo que Soldado de plomo quedó manco, El títere Arlequín se quedó tuerto para toda su vida, Caballito balancín se quedó sin orejas y a mi una de mis piernas se me partió por la mitad y me quedé coja, aunque no sentía ni pena ni dolor. Debió considerar que éramos ya inservibles y nos encerró en el arcón de los juguetes olvidados del que no sabíamos si alguna vez saldríamos.
Paso algún tiempo y un día se abrió el baúl y pude volver a ver la luz del día. Su madre le dijo que tenía que repartirnos entre los niños que no tenían apenas juguetes con los que divertirse pues llegaba Navidad y Papa Noel le traería otros regalos.
De esta manera fuimos repartidos entre los niños de los sirvientes: Soldado de plomo y Arlequín fueron para los hijos del jardinero. Caballito balancín y Oso de peluche para los del chofer. Luego decidió que yo debía ser para la niña de los porteros y ella misma me subió a la buhardilla. Abrieron la puerta una mujer y una niña rubia con hermosos ojos negros. ¡Era Camille!
-Toma esta muñeca, te la quiero regalar, esta un poco rota, pero todavía es bonita y puede ser una buena compañera para ti- le dijo mi ama.
A Camille se le llenaron los ojos de lágrimas ya que nunca había tenido una pepona tan linda, me abrazó fuertemente contra su pecho y en aquel mismo instante empecé a sentir algo. Era como si me hubiera empezado a latir un pequeño corazoncito, y empecé a comprender lo que era la ternura y las palabras del hada de aquella noche en el taller.

A Camille le operaron de la pierna con éxito y a mi me llevó al taller donde me crearon y me colocaron una nueva. Ya no cojeamos y somos muy felices juntas.
Muchas tardes de domingo me lleva a pasear y me enseña los edificios de la Ciudad.
-Mira Geraldine, La torre Eiffel. Mira allí, los campos Eliseos. Ves aquel edificio de allí, pues es un museo muy importante, es el museo del Louvre. Y yo sonrío con mi boquita pequeña de muñeca, porque ahora sé lo que es la alegría y el dolor, porque ahora tengo el amor de Camille.