sábado, 3 de agosto de 2013

Contemplar el mar trae sosiego al cuerpo y al alma estresados por las prisas de la vida.



Contemplarte me eleva sin remedio
a un paraíso eterno que me asusta y me apasiona,
y sin apenas darme cuenta
me pierdo en las alas de tu grandeza.



Jugueteas bromista con mis talones
llenándolos de salinidades y de espumas.
Tu silueta se pierde allí,
tal vez en esa línea imprecisa
en donde suele acostarse el sol de cada día,
allí donde estornuda la luna hilillos de plata,
para adornar los lomos de tus criaturas.

 
 
Me gusta contemplarte en el verano,
con la luz reflejada en tus arenas
y me siento pequeña como una caracola,
alejada y traída por tus mareas.


Pienso a menudo en ti en el invierno,
me viene a la memoria el recuerdo de tu compañía,
tu especial melodía creando y deshaciendo olas,
el olor de salitre y tus ocasos
tiñendo atardeceres de ensueño,
entre azul esmeralda y rojo fuego.


Aún y todo sigues siendo generoso,
traes bucólica paz y nutrimento,
me siento conectada con tu inmensidad.
Amo tus alboradas aunque azote el viento
y las gaviotas vuelen alto sobre la playa.


Aunque sean plomizos tus colores invernales,
ya no podría estar mucho tiempo sin sentirte,
porque cerca de ti existen paraísos vecinos,
con paralelas puestas de sol y pájaros pintados en el cielo,
con luminosos jardines en donde nunca mueren las flores.

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