Entró en su apartamento como una exhalación. Como una loba
herida, abrió la cerradura y cerró la puerta con vehemencia. Ya dentro, en el mismo descansillo, las
lágrimas subieron a su garganta como una pleamar. Cruzó las manos sobre su
pecho y dejó que todo su cuerpo se deslizara por la pared, quedándose encogida
con los brazos sobre el vientre y las piernas en genuflexión, dando rienda suelta a su llanto, a su
amargura, a su desilusión.
Rudy, su perrita caniche que dormitaba hasta entonces
plácida en el sofá, acudió solícita al oír el llanto de su querida ama. Con
pequeños ladridos y lametones, trató en vano de consolarla y giraba nerviosa a
su lado una y otra vez sin conseguirlo. Al final se tumbó a sus pies con la
cabecita pegada a sus muslos, esperando que se tranquilizara. Ella entonces
acarició su lomo tibio y peludo y se fue
calmando momentáneamente de su dolor.
Luego acudió a la cocina y se preparó un café bien cargado,
que se tomó poco a poco, calmosamente, pensativa. Su sed de venganza y su
desesperación iban dando paso a la indiferencia.
Sabía que ella era valiosa. Era una joven madura e
independiente. Ella sola, con su tesón se había labrado un buen porvenir. Nada
le había sido regalado. Sus padres no eran ricos y aunque habían hecho lo
posible por costear los estudios de su hija, ella prefería muchas veces trabajar en lo que
fuera para compartir la carga que suponía para ellos, como camarera, niñera, paseadora de perros…Tenía
su propio apartamento y dinero suficiente para vivir y para algún que otro
capricho.
En su ingenuidad, tal vez había pensado que aquello duraría para siempre.
Qué después de varios fracasos, había encontrado su alma gemela. No sabía en
aquellos instantes, cuando vio a su novio besándose con ella, con aquella
traidora, a la que había creído su mejor amiga, la liberación que suponía
haberlos pillado infraganti. Ahora sí lo intuía. Comprendía que el tiempo pondría las cosas en
su sitio, que una decepción más en la vida no significaba ni mucho menos una
derrota. Y ella seguiría luchando por sus sueños, por lo que de verdad tenía
valor en la vida. Acarició de nuevo a Rudy y le puso pienso en su platillo y
mientras esta comía golosa, fue al baño, llenó la bañera de sales olorosas, encendió
una velas se y se dispuso a darse el más largo y relajante baño que jamás se
había dado.
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