jueves, 4 de julio de 2013

Ella ante el espejo (relato)




Ella sola ante el espejo, desnuda de vanidades y de fuegos. Con la arruga a flor de piel, con sus patas de gallo y algún que otro pelillo en el bigote.  Contemplarse desnuda y deshojada, con el corazón maltrecho y las lágrimas a flor de piel.  Mirarse poco a poco sin miedo a ser ella misma en su totalidad, sin trampa ni cartón, revestida de corajes y de sueños.  Recorrer la vista por cada poro, por cada señal que va dejando el tiempo  en el escote, en los brazos, en la comisura de los labios.  Así,  tratando de no apartar la vista de la realidad que el cristal le devuelve, tratando  de no odiar cada michelin flotando en el abdomen,  ni las canas recién nacidas, ni los párpados caídos que ensombrecen la luminosidad de los iris, antaño tan pícaros y alegres.

Ella a pesar de todo sigue siendo la misma. Tiene el mismo corazón que un día se atrevió a soñar más de la cuenta sin morir en el intento.  Ella es una multitud de diosas en una.  Un volcán de hormonas y de batallas.  La  que se sigue admirando de las mismas cosas de siempre, de lo que no es efímero, de lo que nunca muere.  El tiempo pasa, pero en su corazón siempre hay flores y pájaros picoteando entre sus aurículas. El tiempo gira a más velocidad que las nubes de tormenta;  sabe que todo pasará,  pero aún hay esperanza,  porque ella  al fin ha empezado a admirarse y amarse sin miedo a la verdad.  Ella sola ante el espejo:  desnuda y sin recato.

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