El despertador inoportuno
Empezó a elegir lo que se pondría para tan golosos eventos. “Este
vestido no, este me queda estrecho,
estos pantalones están pasados de moda, estos...¡Uf! Qué mareo. Al final
siempre le pasaba lo mismo, que acababa con la misma ropa. ¿Para qué tanto
fondo de armario? Un día de estos haría selección de todo lo que ya no usaba y
lo llevaría a traperos de Emaus o al contenedor blanco de la esquina. Siempre
hay gente que lo necesita más que ella. Tenía que plantearse no comprarse tanta
ropa, sólo la que iba a usar.
Riiiiiiing!
“¡Uy! ¿Y ahora por qué suena el despertador en sábado?”
Tuvo una corazonada y sintió que se le bajaba toda la sangre a los
pies. Fue directa a la cocina y miró el calendario. ¿Estaba tonta o qué? ¡Eran las 9 de la mañana de un lunes gris y
nauseabundo! De pronto, recordó que
había quedado con su jefe a las ocho en punto en su despacho. El corazón le dio un brinco, se puso los
zapatos Loui Vuitton y sin esperar al
ascensor salió corriendo escaleras abajo, taconeando y sintiendo que le faltaba el aire.
Los lunes eran para pasarlos de puntillas y no pensar en ellos, pero aquel no
podría borrarlo de su memoria ni aunque se le oxidara el chip rebobinador de
pesadillas. La memoria es un cacharro que a veces tendría que pasar también por la UCI.
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