
Ella vivía en el agua, y el agua la amaba por su levedad de ser difuso. Cada gota era un palacio para ella con puertas transparentes por las que entrar y salir con entera libertad.
Apenas se acordaba ya de otros tiempos de libre albedrío, de su amor por el aire que la transportaba a lugares remotos, junto con otras viajeras sobre alas abiertas y llenas de sueños. Ahora tan sólo sentía el deseo de viajar en la monotonía impuesta por la corriente, saltar en los rápidos del río, ser chalupa para lágrimas o tal vez, adentrarse en la mar y ser un prendedor para sirenas.
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