miércoles, 19 de junio de 2013

Contemplar la luna puede ser una buena terapia para alcanzar la paz que a veces anhelamos. La luna atrae a las mareas, tiene una gran influencia en nuestras vidas y en muchas culturas se la veneró como a una diosa. Aquí os dejo este relato inspirado en la reina de la noche.


Plenilunio
Cada vez que miraba a la luna ocurría el milagro. Porque las noches de luna llena le traían la felicidad de otros días en los que se sentía tan plena como el astro admirado. Le venían a la mente recuerdos de su juventud, cuando se asomaba al balcón en las noches cálidas de verano.  Encendía  un pitillo y lo aspiraba profundamente, sin prisa en expulsar el  humo;  con placer. Y así,  ensimismada y envuelta en las volutas caprichosas que producía  la fumarada, miraba entonces hacia el horizonte,  y las sombras recortadas de los montes le hablaban con la voz profunda de lo natural y le revelaban sus misterios más ocultos, como si ella fuera en aquel momento la dama más adecuada en recibir tales revelaciones.  Se sentía de esta manera,  la reina de la noche y el perfume de todas las rosas se  introducía por todos los poros de su piel,  y el rumor de las hojas eran coros celestiales en su alma de hada del bosque.
Y cada vez que la miraba, no quedaba en balde su petición, y como si la luna tuviese dedos de escarcha, y a la orden de un chasquido, se producía la magia que ella deseaba y otra vez en su corazón encogido y nublado, resplandecía aquella ilusión primera de alcanzarla,  aunque fuera tan sólo por un instante,   saltando ella llena de júbilo,  como si todos sus deseos estuvieran ya concedidos de antemano. 
Aquel reflejo siempre venía a rescatarla de todos  sus naufragios, siempre en las noches de amor y  plenilunio, si bien después todo se desvaneciera, todo quedara en entredicho y su sombra rota como un cristal.

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