El soldadito de San Marcial
Eran las 12 de la noche del día de San Pedro y Alberto se
dirigía a su casa. Tenía prisa por llegar. El día siguiente sería intenso y
debía estar despejado para afrontarlo. Sería un día especial, tal vez el más
especial de su vida. Sería un día de San Marcial más lleno de color y luz que
nunca. A las siete de la mañana
recogería a la cantinera, la chica más guapa del barrio y desfilaría a su lado
orgulloso ante las miradas y los aplausos de la gente que se agolparía en las
aceras. Y quién sabe…tal vez al terminar el desfile podría al fin vencer su
timidez y pedirle a la chica que fuera su novia.
Por la calle se iba encontrando con personas que poco a poco
se iba retirando a sus casas para
descansar y vivir la fiesta al día siguiente con alegría y buen humor. El pasacalle daba sus últimos movimientos al
son de la marcha de San Marcial, interpretada por las fanfarrias.
— ¡Alberto!
¿Cuánto tiempo?— Alguien le llamó.
Se volvió y vio que eran Julen y Antxon, dos antiguos
compañeros de colegio.
Después de cambiar algunas impresiones estos le invitaron a
un último trago en un bar de la plaza San Juan que aún estaba abierto. Alberto
se negó, quería estar fresco al día siguiente.
— Vamos
hombre, no nos hagas este desprecio, será solo una copa para seguir charlando y
después a casa— Tanto insistieron que al
final accedió.
Después de una copa siguió otra y otra. Eran las 2 de la
mañana y los tres iban por la calle haciendo eses y cantando con total desafío
a la escala musical.
Al fin con pocas ganas se despidieron. Alberto intentó abrir
la puerta de casa pero no acertaba con la llave.
Su madre, que le esperaba sin acostarse, a pesar del cansancio, le abrió nerviosa y preocupada.
—Alberto hijo ¿Qué horas son
estas? Dijiste que después de la cena vendrías a casa enseguida. ¡Recuerda que día es hoy!—
—No se preocupe madre, usted
despiérteme a las 5:30 h para ir a la diana—
—No sé hijo, lo intentaré, pero
en tu estado dudo que te despiertes—
Eran las ocho menos cinco de la mañana. Todas las tropas del
alarde se hallaban formadas en la plaza
Urdanibia. Una de las cantineras miraba nerviosa a un lado y a otro, no
apreciando las alabanzas de los soldados que le decían una y otra vez lo guapa
que estaba. Sobre todo Tomás, al que le
hubiera encantado ser su acompañante.
Una lágrima empezó a deslizarse por la mejilla de Junkal. Sonó el cornetín y el alarde hizo su
arrancada con los hacheros abriendo el paso a todas las compañías por la calle San Marcial. Junkal tuvo
que aceptar finalmente a que Tomás fuera
su escolta. Los ojos de él brillaban más
que nunca. Ella tenía que sonreír y
saludar a un lado y a otro de las aceras a la gente que aplaudía llena de
júbilo y alegría, su corazón, sin embargo estaba triste. La ilusión que sentía por la bajada a la Iglesia saltando con la marcha del Joló y tocando las campanas ya no fue la misma.
A las diez y media de la mañana, Nekane, la hermana pequeña de
Alberto, jugaba por el pasillo de casa
con una mano en su cadera y la otra moviendo su abanico de papel, saludando
ante un público invisible que la aplaudía, pensando con la inocencia de sus
seis años que un día ella también sería una hermosa cantinera.
Alberto despertó sobresaltado, miró al reloj y saltó de la
cama.
—Madre ¿Por qué no me
despertaste?—
—Hijo, te llamé una y otra vez y
nada, no te despertabas. Después ahí estuvo tu hermana saltando encima de tu
cama y sobre tu tripa y tampoco. ¿Qué podía hacer más?—
Se vistió rápido con el traje de San Marcial. Con la chaqueta
negra, camisa blanca, corbata y faja roja,
pantalón blanco y boina también roja, se
calzó las alpargatas blancas con cintas negras,
cogió la escopeta y salió de casa con la intención de ir al monte San
Marcial.
—Alberto ¿No vas a desayunar?—
—Llego tarde madre, almorzaré en
el monte—
Cuando llegó ya había terminado la misa y después de la
ofrenda floral, las cantineras posaban para la foto junto al General. Cuando se deshizo el grupo trató de encontrarla
con la mirada y allí estaba, muy bella,
resaltando sus ojos azules sobre su tez morena. Se acercó y ella al reconocerlo
le dijo con tono disgustado:
— ¿Y
tú que haces aquí? ¿Ahora apareces? Te estuve esperando hasta último momento y
no viniste. Me hiciste pasar un gran apuro .
— Déjame
que te explique Junkal…
— ¡Explicar!,
no hay nada que explicar. ¡Márchate!
Entonces apareció Tomás y lo agarró por la solapa:
—¡Vete de aquí sinveguenza! Déjala tranquila, que ya la
hiciste sufrir bastante abandonándola en uno de los mejores días de su vida—
—¡Junka!l…
Había empezado la romería. Las irunesas e iruneses bailaban al son de la
trikitrixa. Corría la sidra y el buen humor en un día luminoso y soleado de un 30 de
junio. Después
de la comida popular las tropas bajarían del monte y formarían otra vez para el
desfile de la tarde, y de nuevo Los parches, tambores y txibilitos amenizarían
el resto de la jornada y el olor de la pólvora sería el aroma de toda la ciudad
de Irún. Un desafortunado desencuentro, sin embargo, hizo que la alegría y el
color no brillaran por igual en el corazón de dos de sus protagonistas.
http://www.euskalnet.net/jct/elalarde.htm
http://www.alardedeirun.com/es/música
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