viernes, 21 de junio de 2013

Pronto serán los San Marciales y he querido dedicar este relato en honor de todos las irunesas e iruneses que celebrarán sus fiestas próximamente.





El soldadito de San Marcial

 

Eran las 12 de la noche del día de San Pedro y Alberto se dirigía a su casa. Tenía prisa por llegar. El día siguiente sería intenso y debía estar despejado para afrontarlo. Sería un día especial, tal vez el más especial de su vida. Sería un día de San Marcial más lleno de color y luz que nunca.  A las siete de la mañana recogería a la cantinera, la chica más guapa del barrio y desfilaría a su lado orgulloso ante las miradas y los aplausos de la gente que se agolparía en las aceras. Y quién sabe…tal vez al terminar el desfile podría al fin vencer su timidez y pedirle a la chica que fuera su novia.

Por la calle se iba encontrando con personas que poco a poco se iba retirando a sus casas  para descansar y vivir la fiesta al día siguiente con alegría y buen humor.  El pasacalle daba sus últimos movimientos al son de la marcha de San Marcial, interpretada por las fanfarrias.

     ­¡Alberto! ¿Cuánto tiempo?— Alguien le llamó.

Se volvió y vio que eran Julen y Antxon, dos antiguos compañeros de colegio.

Después de cambiar algunas impresiones estos le invitaron a un último trago en un bar de la plaza San Juan que aún estaba abierto. Alberto se negó, quería estar fresco al día siguiente.

     Vamos hombre, no nos hagas este desprecio, será solo una copa para seguir charlando y después  a casa— Tanto insistieron que al final accedió.

Después de una copa siguió otra y otra. Eran las 2 de la mañana y los tres iban por la calle haciendo eses y cantando con total desafío a la escala musical. 

Al fin con pocas ganas se despidieron. Alberto intentó abrir la puerta de casa pero no acertaba con la llave.  Su madre, que le esperaba sin acostarse, a pesar del  cansancio, le abrió nerviosa y preocupada.

—Alberto hijo ¿Qué horas son estas? Dijiste que después de la cena vendrías a casa enseguida.  ¡Recuerda que día es hoy!—

—No se preocupe madre, usted despiérteme a las 5:30 h para ir a la diana—

—No sé hijo, lo intentaré, pero en tu estado dudo que te despiertes—

 Joaquina fue a su cuarto a intentar descansar aunque fuera un par de horas antes de que empezara a clarear, apagó la luz de la mesilla de noche y cerró los ojos, el día había sido intenso y aunque no durmiera por lo menos descansaría para poder despertar a su hijo a la hora.

Eran las ocho menos cinco de la mañana. Todas las tropas del alarde se hallaban formadas  en la plaza Urdanibia. Una de las cantineras miraba nerviosa a un lado y a otro, no apreciando las alabanzas de los soldados que le decían una y otra vez lo guapa que estaba. Sobre todo Tomás,  al que le hubiera encantado ser su acompañante.  Una lágrima empezó a deslizarse por la mejilla de Junkal.  Sonó el cornetín y el alarde hizo su arrancada con los hacheros abriendo el paso a todas las compañías por la calle San Marcial.  Junkal  tuvo que aceptar  finalmente a que Tomás fuera su escolta.  Los ojos de él brillaban más que nunca. Ella tenía que sonreír  y saludar a un lado y a otro de las aceras a la gente que aplaudía llena de júbilo y alegría,   su corazón, sin embargo estaba triste. La ilusión que sentía por la bajada a la Iglesia saltando con la marcha del Joló y tocando las campanas ya no fue la misma.

 

A las diez y media de la mañana, Nekane, la hermana pequeña de Alberto,  jugaba por el pasillo de casa con una mano en su cadera y la otra moviendo su abanico de papel, saludando ante un público invisible que la aplaudía, pensando con la inocencia de sus seis años que un día ella también sería una hermosa cantinera.

Alberto despertó sobresaltado, miró al reloj y saltó de la cama.

—Madre ¿Por qué no me despertaste?—

—Hijo, te llamé una y otra vez y nada, no te despertabas. Después ahí estuvo tu hermana saltando encima de tu cama y sobre tu tripa y tampoco. ¿Qué podía hacer más?—

Se vistió rápido con el traje de San Marcial. Con la chaqueta negra, camisa blanca,  corbata y faja roja, pantalón blanco y boina también roja,  se calzó las alpargatas blancas con cintas negras,  cogió la escopeta y salió de casa con la intención de ir al monte San Marcial.

—Alberto ¿No vas a desayunar?—

—Llego tarde madre, almorzaré en el monte—

 

Cuando llegó ya había terminado la misa y después de la ofrenda floral,  las cantineras  posaban para la foto junto al General.  Cuando se deshizo el grupo trató de encontrarla con la mirada y allí estaba,  muy bella, resaltando sus ojos azules sobre su tez morena. Se acercó y ella al reconocerlo le dijo con tono disgustado:

     ¿Y tú que haces aquí? ¿Ahora apareces? Te estuve esperando hasta último momento y no viniste. Me hiciste pasar un gran apuro .

     Déjame que te explique Junkal…

     ¡Explicar!, no hay nada que explicar. ¡Márchate!

Entonces apareció Tomás y lo agarró por la solapa:

—¡Vete de aquí  sinveguenza! Déjala tranquila, que ya la hiciste sufrir bastante abandonándola en uno de los mejores días de su vida—

—¡Junka!l…

 

Había empezado la romería.  Las irunesas e iruneses bailaban al son de la trikitrixa. Corría la sidra y el buen humor  en un día luminoso y soleado de un 30 de junio.    Después de la comida popular las tropas bajarían del monte y formarían otra vez para el desfile de la tarde, y de nuevo Los parches, tambores y txibilitos amenizarían el resto de la jornada y el olor de la pólvora sería el aroma de toda la ciudad de Irún. Un desafortunado desencuentro, sin embargo, hizo que la alegría y el color no brillaran por igual en el corazón de dos de sus protagonistas.





http://www.euskalnet.net/jct/elalarde.htm

http://www.alardedeirun.com/es/música


 

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